martes, 29 de mayo de 2012

Crónica de un niño solo

Leonardo Favio filmando Crónica de un niño solo, en 1965

Podría imaginarse la trayectoria de Leonardo Favio como el de una crónica de un niño solo. Oriundo de Luján de Cuyo, Mendoza, debutó en el cine a los veinte años en El Jefe, de 1958, en una actuación que integraba como el más jóven de un grupo de amigos lindante en el ingreso a lo delictivo. Película importante de la Generación del '60. Fuertemente influenciada tanto por las restricciones y censura de la época antiperonista -aún con ciertos márgenes de aire renovado por el frondicismo- y la atracción de las novedades que aportaba el neorealismo italiano como la nouvelle vogue francesa. Polos de atracción ineludibles para un joven que había llegado a Buenos Aires pleno de saciar una creatividad que se revelaría impar.

Un autodidacta innato. Siempre pudo hacer suyas las más finas frecuencias disponiendo de una sensibilidad destacada como actor, guionista, director de cine, cantante y compositor llevando sus obras a niveles de innovación y profunda popularidad. Favio es un artista de masas. Que ha recurrido a diferentes expresiones para materializar su arte. Imágenes imborrables pueblan su filmografía. Quedará, entre tantas, para los tiempos las secuencias de la épica de Gatica, envuelto en la bandera argentina, llevado en andas por un ring victorioso, en los años del peronismo, con los acordes de Tanguera, el tango de Mariano Mores y su orquesta.

El cine de Favio siempre ha tenido una resonancia de gesta, mítica. El pueblo mantuvo el rol protagónico y su felicidad como su lucha por ella. Reconocido por todas las expresiones sociales y políticas del país ha mantenido inquebrantable su identidad peronista que corona en una obra intensa: Perón, sinfonía de un sentimiento. Su profunda sensibilidad social y artística lo emparenta con otro ícono de similares características, Hugo del Carril.

La oportunidad de su cumpleaños debe permitirnos a repasar algunas de sus obras. Como así este notable reportaje que le realizó el escritor Rodolfo Braceli, en noviembre del 2007, en la revista ADN. No dejen de leerlo ingresando acá.




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