Formación de San Lorenzo, de 1914
Me acerqué a la Plaza, en la tarde del jueves ocho. Imaginaba que me iba a encontrar con conocidos cuervos. Así fue. Sorprendidos que me arrimara porque sentían que era una marcha del pueblo sanlorencista, exclusivamente. Puede ser. Pero quería ver y compartir una cita que habían estado preparando con carteles, volantes, notas en una cruzada casi heroica. Volver a los terrenos de Avenida La Plata para rehacer el estadio, desalojando al hiper de Carrefour que hoy lo ocupa, no es cualquier empresa.
Soy hincha de un club que ha llevado las alegrías y las frustraciones al límite de lo imaginado. Desde ser el primer campeón mundial de fútbol de la Argentina a habérsele declarado la extinción y desaparición de la institución. Entre esos dos extremos hemos vivido interminables vicisitudes e inmensas alegrías. Inolvidables. Unas y otras.
Fui a compartir esa tremenda demanda sentida por los sanlorencistas por que tengo, aún como adversario deportivo, una cantidad de mojones que me acercan a esa vieja institución, uno de los cinco históricos grandes, de manera distinta a otras.
Recuerdo El cura Lorenzo, con Angel Magaña, interpretando al curita que se arremangaba la sotana y se prendía en los picados. Mientrás preparaban el campito de lo que sería el CASLA. No podía imaginarme a ese fundador, que tomaba los colores del Barcelona para estamparlos en la nueva casaca, que gambeteara y reclamara en el juego. Años más tarde lo comprobé, a cuadras de ahí, con los curas pasionistas, que hacían gala de un fútbol bien jugado.
San Lorenzo me quedaba en el otro extremo de la ciudad. Y además no tenía ningún referente que simpatizara. Salvo los almaceneros y algunos otros gallegos del barrio. Durante muchísimos años, se decía, buena parte de la colectividad española se identificaba con ellos o con los amargos de Avellaneda. En buena medida, tanto por los colores, como por la inolvidable gira de 1946 que hicieron por España y Portugal. Solía identificarse como una delantera brillante la que disputó los partidos en la península goleando en la mayoría de los casos. Los nombres de Imbelloni, Farro, Pontoni, Martino y Silva quedaron inscriptos como una fórmula de exhibición y efectividad, a los que no llegué a conocer.
Cada tanto, de muy pibe, íbamos a la casa de unos parientes en Uspallata y Sáenz. Venenos de Huracán. Por lo que pasaba por Avenida La Plata y veía el movimiento de gente que iba a los partidos.
La primera vez que fui al Gasómetro fue para un amistoso de pretemporada, que jugó Racing, en 1964. Ese año había comprado al flaco César Luis Menotti; al mediocampista de Banfield, Luis Maidana; Daniel Bayo, de Gimnasia. Había tirado al Club por la ventana fortaleciendo las líneas en busca del campeonato. El equipo nunca apareció. En ese partido contra San Lorenzo, que terminó en una colosal lluvia, debutó un gordito, sin pinta de jugador, medio calvo, que entró en el segundo tiempo y revolucionó a las líneas. Sencillamente aplicando al abc de este deporte: toque, toque y llegada al gol. Ingresó a la historia cuando en los vestuarios le preguntaron cómo era que jugaba: Toco y me voy. Frase cuyo autor fue Luis Pentrelli, que recién había llegado de Italia, ya veterano, y que se incorporó al lenguaje cotidiano.
Con San Lorenzo ví, aún cuando era muy chico, en un partido en la cancha de Atlanta, en su mejor época, y después en Boca, a uno de los mejores delanteros: José Francisco Sanfilippo. Dotado, pero además un pionero en entrenar las debilidades de su juego. Tiros libres desde todos los costados de la cancha. Horas practicando con su pierna menos hábil como así cabezazos de ambos parietales. Se iban todos del entrenamiento y él le seguía dando. Fue un goleador completo.
Hubo una delantera que poseía una magia sorprendente y que se los llamó: "los carasucias". En particular al Bambino Veira, formidable delantero y a Alberto Rendo. Número ocho que le compraron a su archirival: Huracán. Siempre había soñado que hubiera sido el reemplazante ideal de Pizzutti, en la Academia. Pero no pudo ser. Era un placer verlos jugar junto a Doval, Areán, Casas, Telch y Albrecht. Inolvidable equipo.
Por esos años, creo que en el 67 o 68, San Lorenzo venía teniendo partidos donde goleaba y maravillaba. Tenía cierta áurea de invencibilidad. Los cinco delanteros disponían de un repertorio de alternativas que a las defensas se les hacía complicado neutralizar. Con 17 años, Veira que tenía pocos partidos en primera, debía ir a Avellaneda a enfrentar a Independiente, en las instancias decisivas del torneo. La defensa amarga era una serie de jugadores que más que salir en las figuritas parecían de un prontuario. Reconocidos como durísimos. Fieles al lema: pasa la pelota, nunca el jugador. Rolan, Silveira, el "bueno" de Maldonado, Ferreiro. El matón era el capitán rompehuesos: "Hacha Brava" Navarro. En la semana previa al partido había declarado, muy suelto de cuerpo, que si Veira jugaba, él lo iba a fracturar. Se especuló que era una bravuconada. Hasta que sonó el pitazo de inicio del partido. A los pocos minutos debieron sacarlo en camilla al Bambino por rotura de la rodilla por una patada del fullback rojo.
Anoche, mientras recorríamos esas cuadras cercanas a la Plaza en charla con cuervos, fueron apareciendo estos recuerdos compartidos.
Las circuntancias me llevaron a vivir a tres cuadras de la cancha. Desde el balcón miraba, en el ángulo entre las tribunas, cuándo terminaba el primer tiempo para ir con vecinos a ver el resto del partido. Fueron los durísimos años del exilio interior. No nos fuimos del país, en los años de la dictadura. El por qué será tema de otra nota. A pesar de ello, cuando debímos replegarnos, Boedo fue el ámbito que nos cobijó. Hace un tiempo, unos amigos y referentes realizaron un acto en agradecimiento a la sociedad brasileña, en la embajada en la Argentina, por haberlos recibido he integrado en uno de los momentos más desoladores: el exilio político.
Ahí en Boedo, se formó la familia. Nacieron mis hijos. Integramos las comunidades del Instituto Vocacional de Arte y del Colegio Bernasconi. Comenzaron a hacer deportes en el Club Italiano. Jugaron a la pelota en la calle Rondeau, nos anotaban las compras en la libreta de don Ceferino, usábamos el único teléfono público en la puerta de la tiendita de la Rosita; cargábamos con barras de hielo, para las fiestas, que traíamos de la fábrica de Metán. O las pizzas cancheras de Chiclana, las de San Antonio o las de La Puñalada, de Rondeau y Boedo. Pude trabajar, en la docencia, con compañeros que formábamos, como una patrulla perdida, en una escuelita de Curapaligüe y Fernández de la Cruz. Y siempre rodeados y compartiendo con el pueblo azulgrana.
Tenemos inolvidables recuerdos que emparentan momentos personales con el devenir sanlorencista. Recordamos el carnaval que se desató con la vuelta del Club cuando obtuvo el ascenso. Los sufrimientos y alegrías que se expresaban con bailes en la calle, pintadas, caravanas.
En esos años del exilio interior los compartimos con otras parejas o familias jóvenes que teníamos la necesidad de juntarnos. Nuestra casa fue el bastión de incalculables reuniones, cumpleaños, comilonas. Nadie preguntaba de dónde se venía políticamente. Convergíamos marxistas, peronistas, radicales en un reducto común.
Y todo esto ahí a unas cuadras del Gasómetro del que recuerdo, y nunca más ví, las plateas a nivel del campo, delante de las tribunas. Como así el mundo deportivo y cultural que habitaba debajo de las tribunas. Como el de pelotari a tirar contra el frontón del anexo, al lado de la cancha.
Los racinguistas del barrio no eramos demasiados. Al menos los conocidos. Teníamos un punto de encuentro que era el kiosco de diarios de Horacio, en 33 y Las Casas. Ahí le dábamos unos pesos por mes, que juntábamos entre los académicos para que lo depositara en la cuenta del Banco Nación que Racing tenía para recibir fondos y afrontar la bancarrota.
Malas administraciones, negociados, intervención de la dictadura, entre tantas razones despojaron a los sanlorencistas de su templo. Pudieron reestablecerse pero la herida nunca les cicatrizó. La vuelta a Avenida La Plata es un sueño que los proyecta. Espero que lo logren. En lo íntimo, también será una manera de revivir el tiempo pasado.