Cuando surgió la posibilidad de hacer un blog trajo aparejado la cuestión de qué nombre darle. En verdad, no era algo menor. Ya que, arrastraba tras la búsqueda del nombre, qué contenido me dispondría a encarar. La posibilidad es, y era, amplísima. Cualquier temática o enfoque es factible. Mirada o revisiones en la mayor diversidad. Ese era el caudal de alternativas. De tal manera que, dada la amplitud, me dejaba en mí el definir el rumbo. La línea editorial.
De modo que, ante las disyuntivas, me enrolé en la idea primaria de un blog que fuera una bitácora de pareceres, de opiniones, de cosas para compartir, para difundir. Desde mi perspectiva. Abierta a la diversidad, a compartir como una interminable mateada. Una libreta de anotaciones. Un diario de viaje. Quizás más prolijo y ordenado, pero con mi visión de las cosas. Nada más presuntuoso, me parecería, que las mismas pretendieran la majestuosidad de verdades reveladas. Es tan solo la módica impresión de volcar lo que voy viviendo. Más lo vivido. Una especie de aguafuertes. En un mundo fuertemente estandarizado con lineamientos de consumo, de insatisfacciones, es absolutamente posible mirarlo y vivirlo desde otras visiones, desde otros ángulos.
No fue fácil dar con un nombre que me sintiera identificado. Que contuviera el ying y el yang. Que con el blanco y el negro aspirara a expresar el arco iris.
Hasta que, saliendo de la cancha de Racing, me topo con el cartel de la esquina. Corbatta y Mozart. La intersección de las dos calles donde está el Cilindro. Y ahí tomé definitivamente la decisión de que el blog pasaría a llamarse con los apellidos de esos dos genios.
Ambos ocupan un lugar vital en mi valoración de aspectos de la condición humana. Ambos, conservando las distancias obvias, fueron poseedores de una magia sin igual. De un poder de llevar la imaginación, la improvisación, la creatividad a niveles de completo esplendor. Ambos, como tantísimos otros, nos dejaron un deslumbramiento sin par.
Mi identificación musical con Mozart es casi desde mis orígenes. Lo escuchaba a diario incontables veces en ejecuciones familiares al piano. Si bien Chopin era el clásico de ejecución diaria con Nocturnos y Valses, la sonata Marcha Turca fue una obra que alcancé a balbucear en el teclado. Siempre me fascinó la infinita musicalidad mozartiana, como su desparpajo y alegría que transmiten muchísimos de sus temas y movimientos. El “Amadeus”, de Milos Forman, sin dudas, ha contribuido a acercarnos una imagen de quien descansa en una tumba de NN, habiendo transitado una corta vida pero que dejó una inmensa cantidad de obras musicales imperecederas. Patrimonio de la humanidad. Sin embargo, murió en la mayor indigencia, olvidado y alcohólico
Orestes OsmarCorbatta, tal su verdadero nombre. Fue el primer jugador de fútbol que ví. Una tarde de 1960, con el partido recién empezado, entrando, alcanzo a ver, sobre el borde de la raya lateral, atacando hacia el arco que da espalda a los “amargos”, al Loco con la pelota “atada”, martirizando con gambetas al defensor. El público, en una veneración que contadísimas veces reviví. Simple, dueño de una ingenuidad casi inimaginada. Recuerdo que cuando se lo veía siempre llevaba un diario debajo del brazo, y hasta en alguna ocasión lo ví “leyéndolo”, en una demostración a la sociedad que no era analfabeto, a pesar que no había terminado el segundo grado. Hidalgamente soportaba los agravios de un mediocre arquero de River que se solazaba acercándosele para decirle que recién había dejado a su esposa de la manera que él no podría. Un miserable al que el Loco humillaba, por caso en la ejecución de los penales. Lo que resultaba que el mamotreto del arquero se despanzurrara hacia un costado pretendiendo atajar una pelota que mansamente, picando, entraba pulcra y diáfana por el otro lado del arquero. Doble gol. El talento y la picardía triunfaban.
La vez que vino Pelé, a jugar a la Argentina, con su club, el Santos, fue en 1961. El equipo era la base del Brasil campeón del mundo, en Suecia 1958, y su director técnico era el mismo, Vicente Feola, el inventor del famoso 4-2-4. Fue un partido amistoso en cancha de Huracán, de entresemana, frente al Racing Club. Ambos equipos formaron con todas sus estrellas. Disfrutamos al genial Pelé como a Coutinho, Pepe, Djalma, Dorval, Gylmar jugando en un nivel sorprendente.
Racing estaba punteando el campeonato que finalmente lograría. También dispuso de aquella inolvidable delantera de Corbatta, Pizzutti, Mansilla, Sosa y Belén. Pelé cruzó la cancha y saludó especialmente al Loco. Fue uno de los más formidables partidos de fútbol que ví. Suele calificárselo entre los cinco mejores como el de Argentinos Jrs. y Juventus, el Brasil-Italia, de México 1970, o la final europea entre Bayern Munich y Manchester. A los cinco minutos, una serie de amagues en el borde del área de Corbatta termina en una infracción que genera un tiro libre. Dispuesto a patear, simula hacerlo cuando, en realidad Pizzutti, con potente remate, coloca el 1 a 0. Un vertiginoso encuentro, de ida y vuelta, con goles de ambos lados, termina con el triunfo del Santos por 4 a 3.
En fin. Dos personajes cuyos apellidos, en intersección, dan identidad urbana a un templo de la pasión y la creación. Así fueron, cada uno en su propia galaxia. Reencontrados por el azar del destino, custodiando al Cilindro.
De entre tantas sensaciones y vivencias dan nombre a este blog.