A mediados de 1984, fundamos, con otros amigos, colegas y compañeros la Mutual del Personal del Banco de Galicia. Si bien la motivación central había sido la formación de un Fondo Compensador que atendiera los desequilibrios entre los ingresos del que se jubilaba respecto del que quedaba en actividad, y cuando actuarialmente los números cerraban, no se avanzó. El run run, incipiente, de modelos de seguros o de emular la experiencia chilena de las AFJP frizaron in eternum la iniciativa.
Dentro de las iniciativas que se emprendieron estuvo la aparición de la revista Santiago que posibilitó que se acercaran y colaboraran tanto empleados como quienes no lo eran del Banco, lo que permitió contar con un staff destacado.
Para marzo de 1986, habíamos definido focalizar en el Mundial de México de ese año, como así al debate que al rojo vivo llevaban a cabo menottistas y bilardistas. Con el número casi cerrado tuvimos un encuentro casual con Corbatta. Quedamos en hacerle una nota. Día, hora y lugar fueron acordados en una simulación impar. Cuando llegó el día, nunca apareció. Decidimos ubicarlo para lo cual recorrimos bares, casas de apuestas, boliches, tugurios y no dimos con él. Con el agravante que cuando preguntábamos se cerraban todas las puertas. La gente entraba en un mutismo impenetrable. No había manera de perforarlo.
Y ocurre el hecho buscado. Raúl Lago, redactor de la revista, recorriendo una mañana la avenida Mitre, y pispeando en cuanto reducto había entre el puente y Crucecita logra encontrarlo a Corbatta recostado sobre una mesa de bar. Lago, venía haciendo los reportajes de la revista. Así habían pasado desde Borges hasta el flaco Menotti.
La nota que llevó Lago esa tarde es la que se publicó en el número 7 correspondiente a marzo de 1986, y es la que reproduzco más abajo. La considero, estilísticamente, una excelente nota y una transparente y comprometida descripción del entrevistado.
Apuntes de vida
Orestes Omar Corbatta
Homenaje a la gambeta olvidada
Llega la noche. El fin de una jornada de años. El tiempo será juez de los intentos. Se acabó la esperanza. Y esa noche cualquiera de una luna borracha, acaso, porque acaso, habrá una carcajada.
Porque hay un hombre, y al lado, una raya pintada con cal.
Porque hubo un amague y una gambeta. Y un freno justo, justo para que pase de largo otro hombre, y otro, y otro. Así, hasta que él quisiese; así, hasta que la magia se hiciera cierta.
Porque hubo una multitud gritando su nombre, inmediatamente después de la magia.
Y porque un día –maldito día- la magia se acabó y quedó para la multitud la triste memoria del olvido. Un olvido doloroso, que a veces gratifica la nostalgia.
La figura se vuelve borrosa, el ídolo carnal, y a mí y a usted nos consuela el presente, aunque sea, dándole suelta a la ternura.
Lo invito a la nostalgia, a que nos demos un paseo por la memoria.
Que entremos al territorio donde la gambeta todavía vale, donde el engaño está permitido, donde la mentira es picardía.
Ese territorio está gobernado por un rey medio chueco y de pantalón corto, que manda, que no obedece.
- ¿A cuántos técnicos le hiciste caso?
- En el vestuario a todos, en la cancha a ninguno.
Y es así, tiene razón, si todos obedecían su desobediencia.
- Pero, ¿y hoy?
- Hoy me quieren todos, hasta los de Independiente. El negro Rolan es capaz de sacarse la camisa si se la pido. A mí siempre me quisieron.
Seguro, seguro que sí. Cómo no quererte, si hasta el más amargado, hasta el más veneno de los hinchas contrarios se divertía con tus piruetas. Y vos también, por eso, contra Chile, en la cancha de Boca, después de eludir a ocho y quedándote nada menos que el arquero se la tiraste a las manos.
- Y tuve que decir que tenía un tirón y pedí el cambio.
¿Hoy se hablaría de esa jugada, de ese manual de wing derecho, si hubieses hecho el gol? Seguro que no. Seguro que los resultadistas dirían ganó Argentina por uno a cero, con gol de Corbatta. Y la cosa hubiese acabado allí y hoy ni vos ni yo estaríamos riéndonos por la cara del arquero chileno, que no entendía nada.
¿Y qué querés que entienda?
Entender a ese rey menudo y loco que desbordaba cuando quería, que tenían al contrario porque lo buscaba nada más que para poder pasarlo una vez más: para mostrarla y esconderla; para engañarlo una vez más, ahora por adentro, después por afuera; esta vez, ¿por dónde?
- Es lo mismo, uno amaga y ellos se caen.
¿Dónde está el manicomio que pueda proveernos de wines derechos como vos, y cómo quién más?
- Para mí, primero Garrincha; después Bernao y después, recién, yo.
Y siempre la modestia, hasta en ese tercer lugar que él coloca donde se mezclan fechas, nombres y afectos. Pero ni una bronca, ni un odio. ¿A todos querés?
- Se sacan la camisa para dártela, Rossi, Navarro, ¡qué tipos!, lo que les pidas te lo dan.
Pero, y a vos Corbatta, qué te dieron? ¿Qué te da Racing?
- Yo tengo una pensión de por vida que me da el Club; y sabés por qué?
Y seguro, uno imagina la respuesta, uno, que se cree que sabe lo que viene le dice que sí, que sabe. Y no, uno, que se cree que sabe lo que viene, escucha la lógica respuesta que uno no imaginó.
- Porque Racing me debe.
Y es cierto, pero ¿cómo cobrás la alegría, cómo la emoción frente a la gambeta imposible, cómo la admiración? ¿Qué dinero vale un “caño”, un “sombrero”, un freno, un amague?
- A mí me quieren todos.
Y eso, es plata, como es plata que Alicia o Claudia, esos dos ángeles guardianes que te escuchan, te aconsejan, te prestan, se arrimen tímidamente al que esto escribe y le digan que Corbatta ya no toma más, y no mienten, pero sí. Ellas no lo saben pero Corbatta se tomó la alegría, y se comió al último gran wing derecho que tuvo la Argentina.
Frente a tanto chanta, disfrazado de estadístico del fútbol, donde los rendimientos se miden en porcentajes, reivindico mi derecho a la náusea, y te hago caso.
- Yo ni los miro, se mueren solos. En cambio, a mí, me quieren todos.
Y vos Corbatta, ¿a quiénes querés?
- ¿Vos viste lo que es Bochini?
Y ahí recién aparece el presente, la admiración al jugador con el que también te hubiera gustado jugar.
Y vos Corbatta, ¿a quién odias?
- A uno solo, por camarillero y un montón de cosas más, a Lorenzo.
Al fabricante de resultados, al que se cree que los partidos los ganaba él; pobre tipo, se muere solo.
A esos les falta la locura, son oscuramente cuerdos.
¿Dónde está el manicomio que deja escapar el wing derecho, que yo ví, que usted vio?
¿En qué letra de Discépolo está un pedazo de Corbatta?
¿Qué rara semejanza se establece entre las casas y los hombres a medida que pasa el tiempo, exteriores sin brillos, paredes cascadas? Pero siempre, siempre queda el olor al malvón, que una mujer cualquiera, en un patio recién baldeado, se preocupa en regar para que florezca, aunque sea por un día, una gambeta en forma de flor
Raúl Lago