Suele ocurrir que, en la medida que se acumulen años, la posibilidad de experimentar lo realizado tiende a ser cada vez más real. No es igual transitar un espacio de tiempo reducido donde el hacer o intervenir en situaciones, naturalmente, es menor. O sea, que si quisiéramos parafrasear el teorema de Baglini, aplicándolo a la gestión, podríamos decir: cuanto más tiempo de gestión disponga, muchísimo más partícipe resultará de los aciertos, desaciertos, errores u omisiones cometidos. Más difícil, asimismo, resultará identificarlos con el pasado, dado el tiempo transcurrido. Y, a su vez, más demandante se presentará el futuro.
Ese punto en la travesía marca un quiebre. El de la imposibilidad de apelar al pasado para justificar, cuando el mismo ya forma parte del presente de quien no quizo, no supo o no pudo –recurriendo al convite de Horacio Verbitsky en un reportaje a Raúl Alfonsín- monitorear y reencauzar, a tiempo, procesos que son sostenidos en la diversidad. No en el quietismo, la obsecuencia y la abulia.
En tal sentido, el gobierno de la presidenta compañera Cristina consideramos que se encuentra en un punto vital para la marcha del modelo. Y es el de revitalizarlo y aggiornarlo. De hacer, como suele llamarlo, una apropiada “sintonía fina”. Un elemento que adquiere importancia es quiénes serán los tripulantes de la embarcación. Suele haber un natural proceso de desgaste. Como de cierta “nomenklatura”. Un jefe que tenía llamaba a esa instancia de “burocratización”. Por eso alentaba un constante reflorecer de desafíos. Ello no descarta a los sabios de la tribu. Pero son los menos y también están expuestos a la sensatez y viabilidad de sus consejos. Nada es inmutable. Por el contrario, toda actúa en movimiento.
Si se repara en los últimos casi noventa días. Desde la asunción de su segundo mandato. Han ido surgiendo una serie de señales que debieran ser atendidas claramente. Entre ellas, la que se presentó a finales de diciembre, hasta bien entrado enero, sobre la salud de la compañera.
Produjo la desolación de quedar sujeto el proceso a los devenires naturales. Ello sin haberse parapetado la experiencia iniciada en el 2003, tanto con instancias institucionales, organizacionales o personales. Dejar una experiencia sujeta a la suerte o verdad del vértice de la pirámide, con los vaivenes propios de toda situación humana, convierte a la sustentabilidad política del proyecto en vulnerable.
Ello en tanto se considere a lo transcurrido como un diseño de país inclusivo, autónomo, desarrollado y democrático mirando al futuro. Si, por el contrario, es una experiencia individual, coyuntural, apetecible para los marginados y descalificados de trapisondas archiconocidas, arribistas y oportunistas, expertos en camuflar sus camisetas a los colores dominantes en cada momento. Está bien. Será una reiteración de lo ya vivido y conocido.
Seguimos creyendo, señora presidenta. No podemos imaginar que lo mucho y bien hecho fue un decorado para que continúen los males endémicos de la República. Que queden fijados como garrapatas las expresiones del atraso. Gobernadores, funcionarios, políticos, empresarios, sindicalistas, intelectuales.
Compañera presidenta: dispone de un capital inmenso. Legítimamente otorgado por el 54% de la ciudadanía. Y a 40 puntos de su adversario inmediato. Tales números de adhesión y respaldo pueden actuar como un inmenso acicate para emprender nuevas batallas. Es el reconocimiento al empeño y a las realizaciones alcanzadas pero, fundamentalmente, por ser elegida como la piloto de tormentas capaz de empujar y convocar a dar vuelta la página de la decadencia y el atraso del país y disponerlo como un jugador para las grandes ligas.
Que, al menos, disponga de la argamasa necesaria para reconstruir el edificio del país y lo continúen las futuras generaciones. Disponerlo para las demandas y necesidades insatisfechas. El capital político del que dispone, expresado en los niveles de respaldo, actúa como un inmenso repositorio que le han otorgado de agua, sujetado entre ambas manos. El cuidado, recomiendan, que se debe tener es que no se filtre intrascendentemente y malgaste.
Marchamos a cumplirse la primera semana de la tragedia de la Estación Once. Se ha convertido en un punto de no retorno. Exige una reconsideración del modelo de gestión emprendido hace nueve años y que, doy crédito, era el recomendable en un país habitante del infierno. Una conducción legítima y democrática, pero firme y dispuesta a restituir los valores esenciales de la representatividad permitió, desde un 22% de adhesión, iniciar una larga marcha de recomposición y puesta en valor de las libertades democráticas, los derechos humanos y sociales al trabajo, y a cubrir las necesidades esenciales de los más desposeídos.
Hay un convencimiento generalizado que esa tragedia era evitable. Como otras tantas ocurridas en los ferrocarriles. Como en rutas, con el índice de muertes y accidentes de los más altos del mundo. Hay una cantidad de lugares de la administración estatal necesarios de llevar a cabo “sintonía fina”. El entramado de subsidios, falta de controles, cumplimiento de dictámenes de auditoría, funcionarios y empresarios de dudoso pedrigrí provocan un olor de corrupción y favores espurios.
En el caso de Transporte. De ferrocarriles. Del TBA. El resultado es de pleno fracaso. Contar con equipamiento de 1950 para trasladar poblaciones que han aumentado más de diez o cincuenta veces su número, con la misma infraestructura básica, es de consecuencias letales.Lo que duele de la tragedia de Once es que era evitable. Si a los llamados de atención, en otras estaciones o accidentes, no se hubiera apelado al recurso de endilgar a infiltrados el origen genuino de la protesta.
Y tanto más doloroso lo convierte el hecho que ocurre no en momentos que se está llevando a cabo un plan de modernización y equipamiento que revierta la situación. Para nada. El esquema de abandono, falta de inversiones, corrupción, desabastecimiento se lleva adelante en una falta de valoración de la vida humana. El extremo al que se ha caído es que mantener esa estructura de funcionarios y empresarios los ha hecho insensibles al padecer
El Estado debe actuar ya. No a locas ni a tientas.
Castigar claramente a los responsables. Resulte quien resulte. Pasará a ser un mensaje ejemplificador y tranquilizador para la sociedad. Borrar la impunidad de las acciones delictuales de la sociedad argentina. Reestablecer el lugar de la Ley como vara de justicia. El Estado debe privilegiar la majestad de la Ley. Ciega, sorda y muda. El Estado debe actuar ya. No a locas ni a tientas.
Son los momentos de actuar y no de especular. Son los momentos convocantes de los gobiernos si efectivamente son expresión de pugnar por lo nuevo y la equidad.
En paralelo, hacer lo que no hizo la secretaría de estado supuestamente involucrada en la porción del ejercicio ejecutivo del poder. Planificar el transporte, en todas sus vertientes, marítimo, fluvial, aéreo, de tierra. Rediseñar el país en sus ramales, carreteras y rutas, de la actual forma radial a las demandas y necesidades regionales. De puertos, de accesos, de instancias que alienten la inversión y la producción como el acceso a mercados locales o internacionales. Pero no recurriendo a los conocidos de siempre.
Somos partidarios de la intervención del Estado en la economía. No como el socio bobo. Tanto porque lo esquilman o porque es el ineficiente. Lo queremos regulador de aquellas variables que hacen al interés general y al beneficio de las mayorías. Aplaudimos a Néstor Kirchner cuando convocó a empresarios nacionales dispuestos a participar de la gesta. Al renacer la burguesía nacional. Donde el Estado coparticiparía en capitales de riesgo, en nuevas inversiones, en generar valor agregado, en actividades productivas y expansivas de la economía. No en prebendarías, parasitarias, usurarias.
Es época de hacer inventario. Quiénes quedaron en el mismo bando y quienes se involucraron en el nuevo rumbo. Como de quienes, viniendo empujando, prefirieron cobijarse en actividades marginales. El Estado también debe actuar premiando y castigando. Es una expresión más del ejercicio del poder.
No existe ningún indicador que refleje que la tragedia de la Estación Once no pueda repetirse. Puede ocurrir en igual, mayor o menor escala. En esa línea de ferrocarril o en cualquiera de las restantes. A diario se lo padece en calles, rutas o autopistas. Y en tantas otras áreas. Es cuestión de esperar a que ocurra para tomar nota y recorrer el calvario del dolor y la muerte de compatriotas. Con largas vigilias de desolación y pena. O de actuar y revertir, asumiendo las tareas pendientes y que no resisten más demoras.
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