lunes, 2 de abril de 2012

La reivindicación nacional

Tapa de La Nación, informando de la inflexibilidad colonialista.
Ejemplo periodístico de cipayismo.

La conmemoración del 30 aniversario de la guerra por las Malvinas, ha venido acompañada, en los últimos meses, con una serie de situaciones de diferente tipo.

Entre ellas, el entrenamiento militar del príncipe Guillermo, durante seis semanas, en las islas. El lanzamiento de La dama de hierro, la película donde Meryl Streep interpretó a una Margaret Thatcher, en los días de la decisión de "Hundan al Belgrano!!!". Reclamos y reconocimientos de ex combatientes, testimonios, documentos como el de asumir vuelos regulares, desde nuestro país a la capital de las islas. Todas situaciones que han ido agregándole condimentos a una reivindicacion nacional. La designación de la embajadora en Londres; los periplos continentales y ante organismos internacionales, como con otros países, por parte de la Cancillería alentando la solidaridad con la causa argentina.

Como así la negativa de atención a las embarcaciones que se presentaran, en los puertos de la región, con pabellón de las Falkland, fuerte manifestación de política regional en respaldo a nuestro país. La ratificación chilena, en tal sentido, actuó como un fuerte señalamiento positivo.

La iniciativa de nuestro Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, promoviendo una declaración conjunta con otros premiados reconocidos condenando la ocupación británica de las islas y apoyando el derecho argentino a su integración territorial.

Además, de los sucesivos cruces entre nuestra Presidenta y el primer ministro inglés. En nuestro país, sirvió, entre otras tantas importantes cosas, a la desclasificación del Informe Rattenbach y su acceso público. La sesión parlamentaria, asimismo, en Usuhaia y la emisión de la Declaración suscrita por oficalistas y opositores con representación parlamentaria, de ambas cámaras.

La política argentina sobre los derechos de soberanía del archipiélago transita dos andariveles. La ratificación de nuestros derechos de recuperación de "la hermanita perdida", como el enjuiciamiento, sin cortapisas, de la aventura belicista encarada por la Junta Militar asesina.

Entre ambos aparece la construcción de un perfil político, sostenido, además, en la ratificación democrática y republicana de la Argentina. Enrolada en la solución pacífica de las controversias y de respeto a las vidas y bienes propios y de terceros; como de ratificación plena de nuestros derechos. El reconocimiento a la validez de los foros internacionales como ámbito de debate y de acatamiento a sus resoluciones por las partes y en el tendido de políticas que sirvan, en términos de proyección, a la integración y complementariedad de poblaciones antes que a las agresiones larvadas, la soberbia o los desplantes inconducentes.

La causa de Malvinas ha venido acompañando la mayor parte de nuestra historia, manteniendo el reclamo de nuestra soberanía. Causa que integra a todo el abanico político del país. De izquierda y de derechas. El punto de coincidencias la convierte en una innegable política del estado argentino, más allá de los gobiernos. Irrenunciable. Indelegable.

Sin embargo, una mañana, apareció en el horizonte un ave que traía una intención política diferente. Poponía reformular la mirada sobre nuestra soberanía recurriendo a integrar nuevos actores a la fórmula de la cuestión. Usurpadores vs. expulsados. Colonialistas vs. habitantes. Kelpers vs. argentinos.

No existen políticas perfectas. Por el contrario, son perfectibles por que son el medio para obtener logros móviles, perennes pero de constante reformulación en la inmediatez. Puertas adentro. Las cuestiones nacionales no se tercerizan. El cacareo mediático, la experiencia indica, flaco favor le hace a lo que se pretende alcanzar. No por ello hay que esconderlo, pero sí ubicarlo en las tribunas apropiadas. De no ser así podría cumplir una funcionalidad que, aún juzgando sanamente las intenciones, no favorecería a los supuestos objetivos que se persiguen.

Luis Alberto Romero volcó, en su columna de La Nación, una peculiar mirada sobre los derechos argentinos como el reconocimiento de los kelpers. A los pocos días, una respuesta, asienta los hechos de avasallamiento producidos por los invasores colonialistas, como así la continuidad histórica de los reclamos nacionales.

Las corporaciones mediáticas, mascarón de proa de la más cerril oposición, han asumido, entre otras, las opiniones sobre la batalla cultural. Por lo tanto, alientan y promueven diferentes tribunas de escritores, politólogos, periodistas, historiadores, economistas que manifiesten una oposición cerrada. Todo está mal. Vivimos en un antro. Lo que se promueve obedece a fines inconfesables, resultan el corolario de notas, artículos, editoriales.

Tamaño encono de nada sirve a la construcción republicana. Se convierten en usinas de divisiones y odios, pertenezcan a un lado u otro. Incapaces de dotar de un andamiaje de plataforma de país, con aspiraciones de gobernarlo y que nutra a una oposición, hoy inexistente. Intelectuales y medios se reabastecen unos a otros. En una espiral inconducente pareciera que los medios se jerarquizan con las opiniones de intelectuales a los que presentan como en las marquesinas de los teatros, llenos de lamparitas, que necesitan de los medios y sus ediciones de las grandes editoriales para conservar la vigencia de un pensamiento apocalíptico. Ostentoso en la enunciación, pero inconducente como manera de intevenir sobre la realidad. Es la política, que le dicen.

El juego sinuoso e inconducente que practican algunos medios, intelectuales y políticos los posiciona notablemente alejados de las aspiraciones, sentires y vivencias de la ciudadanía. Lo cual los castiga sin disimulos, en cuanto elección se presenten. Momento donde se sopesan todas las evidencias. Quienes nos esforzamos por no ser absorbidos al juego binario que se imponen sectores oficialistas y de la oposición, vislumbramos, al comportamiento enunciado, como uno de los factores de desequilibrio institucional más importante. La ausencia de una oposición legitimada, por sustancia, comportamiento y convicciones, simplemente atraida por las efímeras luces del centro, resultan un lastre riesgoso para la democracia .

El ejercicio cotidiano de la desmesura de opiniones implica la instalación de un monólogo a gritos y reproches de vereda a vereda.

En cuanto a Malvinas -ya que estamos reflexionando sobre el tema- de nada sirve la fractura del frente interno acusando al gobierno de usufructo bastardo de una causa nacional. Esto, reiteramos, no tabica la necesidad del debate. Aún el de la fecha como han formulado un grupo de intelectuales. Tiene un tufillo impositivo. Pareciera que se peca de lo que se critica.

Este debate que organizó La Nación muestra la ductilidad editorial que intenta ejercer (temas sobre el que volveremos en próximos comentarios) y que no dejan de ser reveladores de opiniones diferentes.

Malvinas es una causa completamente abierta. Sobre la que se deberá trabajar en cuanto ámbito se presente. Interno y externo. Pacífica y democráticamente. Debe pensársela y ejecutarla en términos de Nación. En una construcción de tiempos que superan las mezquindades y las sobreactuaciones. Es trabajar para el futuro de los argentinos.

Los viejos y nuevos tiempos

Benedicto XVI en la Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba, marzo de 2012, previo a la lectura de la Homilía. Foto, L'Obbservatore Romano


A mediados del año pasado conocimos la última película del director italiano Nanni Moretti, Habemus Papam. La trama se centraba en la elección papal. En un marco monacal, y con la asistencia de los cardenales del mundo para afrontar tamaña instancia. Un inesperado ataque de pánico, previo a dar su bendición del balcón vaticano, lleva al pontífice elegido a retirarse de la escena y comienzan a sucederse una serie de situaciones de desenmascaramiento entre la dura liturgia y la multifacética vida mundana.
La obra cinematográfica resulta un llamado de atención sobre los momentos que atraviesa la jerarquía eclesiástica en el Vaticano y el desafío de los tiempos modernos. La escena más simbólica, sobre el mensaje que el autor busca instalar, es en la que Mercedes Sosa interpreta Todo cambia.

Para ver el video ir al blog cliqueando en el título.

Puertas afuera de los claustros cardenalicios, siempre ha sido una sucesión de razones de cuánto debe modificarse la superestructura religiosa en su interpretación terrenal del dogma. Como manera de acompañar las transformaciones que no dejan de sucederse, y mucho más desde el siglo XX en adelante, en todos los campos de la civilización.
En dos mil años de existencia la Iglesia ha participado de cuanto hecho adquiriera significación. No sólo espiritual, sino, muy especialmente, material.

Sin dudas, aún cuando ejerció plenamente su función de poder terrenal de la espiritualidad en la edad media, en toda su extensión e intensidad. Un esencial aporte histórico lo ubicamos con el descubrimiento y conquista de América y su nuevo mundo en el marco del naciente capitalismo. Un jugador inimaginado, el nuevo continente, por entonces, tanto en la provisión de alimentos e insumos primarios para Europa, como en la conversión de un mercado de las mismas mercaderías que abastecía para que fueran manufacturadas por las metrópolis.
La Iglesia aportó al banquete de los países, en la génesis del sistema capitalista, la evangelización de las nuevas tierras que aportaron las riquezas necesarias para el expansionismo europeo y el sometimiento de las nuevas naciones americanas. Evangelización que deberá asimilarse a una batalla cultural de aniquilamiento de las identidades originarias por simbolismos importados y adaptados a los nuevos marcos de la conquista.

A quinientos años de entonces, América integra la gran reserva de fieles para la Iglesia católica.
La velocidad de los cambios que le imprimió el siglo XX a la dinámica social, cultural y política de las sociedades muestra, en marcado atraso, el posicionamiento de la Iglesia ante situaciones de incumbencia directa de su rebaño. Más que ejercer una ubicación de vanguardia, señalándole a los sectores sensibles e importantes de la sociedad los nuevos escenarios, se la distingue, desde hace muchas décadas, siguiendo desde atrás procesos de hondas transformaciones a los que intenta neutralizar o someter a las estrecheces del dogma que alienta. No debemos dejar de contemplar que gran parte de esos posicionamientos obedecen a normativas por fuera de las escrituras. Son políticas religiosas únicamente sostenidas en decisiones de un pasado con condicionantes, de otras etapas de la evolución del planeta.  

El celibato, el no sacerdocio de las mujeres, el impedimento de participar del sistema productivo de sus sacerdotes como el de integrarse a las instituciones educativas y acceder a la formación como el resto de los mortales, negativa de procedimientos anticonceptivos como de salvaguarda de enfermedades letales; el divorcio, la homosexualidad, como tantas otras sobre las que mantienen posturas hasta rechazadas por sus propios fieles. Muchísimas de ellas impuestas a contrario sensu del conocimiento científico y el avance de la calidad de las relaciones humanas, esperan un tratamiento acorde a los nuevos vientos.
En tanto, su presencia se diluye. Pierde significación. Se aisla en la pretensión de encajar la realidad en el dogma. Dogma que adquiere validez en la espiritualidad. En los territorios de las civilizaciones y los pueblos rige la evolución de las ideas y las costumbres. Desde la noche de los tiempos que es así. Nada más que ahora aumentó la velocidad de crucero de los cambios.

Han trascendido filtraciones de fisuras en el gobierno de la Iglesia. Para nada nuevas. Perdura una jerarquía profundamente conservadora, pero hábil en el ejercicio del equilibrio. El que le impone la repulsa mundial ante los innumerables casos de pedofilia en Estados Unidos, Irlanda y aún en nuestro país con el corrupto y violador Grassi. Al que sostienen como sacerdote e impartiendo sacramentos, apañado tanto por la curia como el arzobispado.
Luego del extenso papado de Juan Pablo II, y ahora el de Benedicto XVI, integran más de tres décadas y media de gobierno en el Vaticano. Provenientes de estructuras clericales conservadoras, como las polacas y alemanas, han sido hacedores y partícipes del fin del comunismo y la Solidarnosc polaca, entre tantísimos casos.

Con participación reprochable en la época de la Shoá y de los regímenes totalitarios, han ido evolucionando en considerar como hermanos mayores a los judíos, la existencia del Estado de Israel, y la práctica de un ecumenismo más alentador de concordia que de discriminación con diferentes credos.
Imaginar al pueblo católico como una amalgama única y respetuosa de las indicaciones de su jerarquía, en todos los tiempos, resultaría un grave error. Imbuida de los aditamentos necesarios para que los fieles puedan armarse su propia vestimenta religiosa fruto de las conveniencias sociales, la intensidad de su fe, la ausencia de cuestionamientos, la asunción de necesidades de creencias básicas, son recursos que se amparan por fuera de la ortodoxia del mensaje religioso. Podemos afirmar, como en  tantísimas manifestaciones de otras expresiones sociales y económicas, que el catolicismo actúa, en muchos casos, más que una constricción de fe como una membresía de pertenecer y tener acceso.

En muchísimos aspectos la necesidad, casi autoprotectora de creer en la espiritualidad, convierte al acto religioso en un testimonio de los tiempos y las realidades que habitamos.
 

Don Camilo y Peppone

Hace pocos días Benedicto XVI visitó México donde pronunció fuertes llamados ante la deteriorada situación social producto de los carteles del narcotráfico. En Guanajuato, como en otros púlpitos, denunció la criminalidad y matanzas de miles de mexicanos, como antes lo había realizado en Colombia. No son hechos aislados sino que intervino, en ambos casos, ante uno de los males que se erige como sustitutivo de los vigentes ordenamientos sociales, económicos, de manera paralela, como son las estructuras del comercio de drogas y sus derivados.
Posteriormente, visitó el lagarto verde. En la década del ’50, Giovanni Guareschi, escritor italiano, creó los personajes de Don Camilo y Peppone, como expresiones de las disputas entre la Iglesia y el Partido Comunista Italiano. Personificada en el actor francés, Fernandel, para Don Camilo, ejemplificaban numerosas escenas cómicas fruto de la convivencia entre los dos adversarios. El autor, declararía más tarde, consideraba que ambos personajes estaban construidos con la misma materia. Eran como iguales. A pesar de las diferencias, ambos practicaban el sometimiento y su adscripción a dogmáticas concepciones del mundo.

El hecho que estuvieran, frente a frente, a puertas cerradas por más de media hora, solos, Fidel Castro y Benedicto XVI, deja en la curiosidad qué se habrán dicho.
Más allá de ello, el encuentro adquiere una relevancia histórica especial. Fue la charla de, prácticamente, los últimos líderes forjados en la década del ‘30 del siglo XX. De los que quedan con la llave para cerrar y apagar la luz cuando ya no estén. Nacidos a mediados de la primera mitad, son los últimos testigos –en este caso, activos- de aquellos forjados en las viejas ideologías y creencias a ultranza. Sin matices, de duros enfrentamientos que llevaron hasta guerras y matanzas de las que participaron tanto realizándolas como justificándolas. Conocieron el mundo de Gandhi, Stalin, el cine mudo, la guerra civil española, el telégrafo, los viajes espaciales, Hitler, Roosevelt, Dien Bien Phu, De Gaulle, la larga marcha.

Hoy, tras de sí, cargan las pesadas mochilas de estructuras e ideologías apergaminadas. Retrógradas, con faltas de respuestas. Celosos de cualquier cambio que no respete sus pasos. Decididos a morirse con la botas puestas. Sin pretender ser artífices de los andariveles de los nuevos tiempos. No son muchos los que quedan, ya retirados. Mandela, Thatcher, son como efigies de un pasado que pareciera remoto.
Uno tiene destino de cripta en el Vaticano. Será recordado y estudiado. Podría serlo como el que precedió al esperado “mesías” innovador del siglo XXI. Al misionero que desate las ataduras de un pasado que inmoviliza. Que deja sin reacción. Que no cree que en estos tiempos la religión es para pocos, los elegidos, que son quienes la llevarán en este desierto que les toca vivir para que, al final del camino, aparezcan los reales nuevos creyentes. Tal como piensan, en líneas generales, las grandes religiones.

El otro, Fidel Castro Ruz, lo espera, también, el juicio de la historia. Más de medio siglo en el poder, soportó una de los bloqueos más criminales a una nación. Un país detenido en el tiempo. Desabastecido. Proveedor completo de salud a su población y racionamiento de otros insumos. Resistió el asedio del mayor imperio de todos los tiempos a kilómetros de sus costas. Limitó al extremo las libertades. La custodia de la Revolución todo lo imponía. No debe pasarle desapercibido qué Cuba será luego de Fidel.
Uno y otro. Benedicto y Fidel han estado reunidos. Como una vieja fotografía de un mundo del pasado. La profundidad de los cambios actuales, sobre los cuales no se vislumbran alternativas políticas, pero sobre las que, sin dudas, se están delineando subterráneamente,  expresiones de esos cambios, en lo político, lo social, lo económico. Seguramente, no referenciarán sobre lo que han venido expresando esos viejos líderes, muros de contención de lo naciente.

 Fuente: Página 12